sábado, 1 de abril de 2017




Hola de nuevo amig@s:

Me he animado a publicar un libro de tapa blanda en amazon. Son 99 páginas.

El libro es con tapas en color y el interior con fotos en blanco y negro, algunas nuevas
para que no suba demasiado el precio de impresión, y todo más ordenadito.





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o    Miruri,   que es un apellido raro y sale enseguida.

Besos...












domingo, 22 de diciembre de 2013

023


Hotel Rafael.

Edificio Simago. Calle Alcalá.

En el año 1992, los días previos al derribo estuve en Madrid para visitar a mi familia. Me quedé más días porque sabía que iban a derribar lo que tanto esfuerzo nos costó ¡y pude ver lo aparatoso que fue todo!. Nos avisaron que cerrásemos las persianas, para que no hubiera ningún percance. Todo salió a gusto de quienes lo derribaron. Hubo mucho polvo, pero todo acabó. Los vecinos nos abrazamos y lloramos.
 


 
Se construyó toda la zona de Ventas, ahora continuación de la calle Alcalá. Precisamente donde teníamos la  peluquería, dedicaron todo el edificio al hotel Rafael, además de otros locales y dependencias. Al no estar conformes los que compramos esa casa, empezamos a quejarnos mucho más que la vez anterior en que se nos expropió. Fuimos al Ayuntamiento para hacer la reclamación pertinente, por la razón de no haberse realizado lo que se nos prometió en su día. Nos habían dicho en un principio, que el constructor del edificio de nuestra peluquería se había salido dos metros hacia fuera y que iban a hacer un parque o zona verde.



  
Según el plano que me dieron mucho después ya no fueron dos metros como nos decían a nosotros. Ahora eran ¡cuatro metros hacia fuera lo construido de nuevo!. ¡No sirvió de nada nuestras quejas! Ni siquiera los periódicos dieron la noticia. Todos los industriales nos hacíamos la misma pregunta; si la casa estaba muy bien hecha y hacía poco que se construyó... y además, si todos los vecinos estábamos muy contentos con la compra. ¿Cómo podía ser?... Todos teníamos mucho trabajo en la zona de Ventas, que lo perdimos.  Nuestros clientes estaban acostumbrados a la zona. Volví de nuevo a escribir al defensor del pueblo D. Joaquín Ruíz Giménez Cortés,  pero se había marchado y había entrado el siguiente; Don Álvaro Gil Robles en el año 1.993. Estaba en esa época como alcalde de Madrid. D. José María Álvarez del Manzano, que me contestó inmediatamente, como siempre que les escribía. Le contaba
en la misma los problemas ocasionados por la expropiación de la peluquería. Me decía en la carta de la Gerencia Municipal de Urbanismo, que "la finca se expropió por estar previsto en el Plan Especial de Ordenación de la Avda. de la Paz, aprobado en 1969 por el Consejo de Ministros y que se había abonado la cantidad señalada por el Jurado Provincial de expropiación y por Sentencia del Tribunal Supremo con los intereses correspondientes..." abonaron la cantidad fijada conforme a la legalidad vigente y que “En Consejo de Administración de fecha 10 de octubre de 1.990", decidieron que ya habíamos cobrado, y que con los intereses fueron 3.626.140 pesetas.

El Alcalde nos decía en la carta, que la Empresa Municipal de la Vivienda ¡nos había  ofrecido un local y no lo quisimos!...
y ocurrió que se nos adjudicó un local nº 13 (Módulo 1) situado en Avenida de Badajoz  nº 56, en las siguientes condiciones;

Régimen de venta:
Superficie del local 33,12  m/2,
Precio: 150.000,- ptas. m/2.
Precio total: 4.968.000,- ptas, sin contar impuestos y otros gastos.

Si nuestro local tenía 71,5 m/2, al precio de 150.000 ptas. m/2, supondría 10.725.000 de pesetas. Valía nuestro local más del doble de lo que nos pagaron y no nos queríamos ir. Nosotros no lo entendíamos. Siempre se les dijo que pedíamos derecho a retorno cuando se hiciera la nueva obra.

Como nos dieron  1.312.500 pts en el año 1979 y con los intereses, en la fecha 1984 terminaron con un total de 3.626.140 pts. O sea; el local que nos ofrecían era más caro (4.968.000) que el dinero que nos habían entregado, más pequeño y mal sitio y además teníamos que pagar nosotros si queríamos coger el otro local que nos daban, asi que considerábamos que nos estaban  engañando.¡No se pudo comprar! Para nosotros era volver a empezar con nuevos clientes y poner dinero que no teníamos.
Lo perdimos. Era un despropósito (por no poner palabras más gruesas) la oferta del Ayuntamiento.
Se inauguró el Hotel Rafael.  Y en  la placa que había dentro del hotel rezaba: “Inaugurado por el Alcalde, Álvarez del Manzano”.
 
Un  invierno que estuve en Madrid para ver a mi familia, fui a las oficinas de la constructora. ¡No les dije que había sido la dueña de una de las dependencias! Le comenté que necesitaba un local en ese mismo lugar para un negocio de hostelería.  ¡No pensaba comprar!  Era por la curiosidad de saber qué valían los locales en esos momentos y me dijeron que no vendían. Les di a entender el interés que yo tenía  por el lugar en que estaban situados. Al final  me dio un plano que aún lo conservo para que viera dónde podía comprar y diciéndome  el que me atendió  en la oficina que podía venderme algunos metros a un millón el metro cuadrado. En comparación con las 150.000 pesetas metro que tasaron  nuestro local, ya se ve el negocio que hicieron. Ya no teníamos a los vecinos de siempre. Simago se marchó a otro sitio, el dentista también buscó otra clínica cerca para conservar sus clientes y la escuela aguantó hasta derribarlo. Los tres hermanos nos dividimos la pequeña cantidad que nos correspondió.  En esos momentos vi mi ilusión truncada. Se nos acabó todos nuestros esfuerzos.

Yo seguía de vez en cuando visitando a mi familia  en José Villena y vi cómo iba cambiando todo y muy deprisa. Se estaba haciendo más cosmopolita,  más moderno y seguía siendo una Ciudad muy agradable para vivir. Nos gustaba mucho visitar el Corte Ingles y como siempre los museos. Actualmente no sé cómo estarán mis Ventas, porque hace más de 15 años que no voy por allí.
Toda mi familia está en Madrid y era agradable visitarla, pero reconozco que el lugar que más me gusta son mis Ventas aunque ahora se llama Calle Alcalá. En esa zona maravillosa todavía tenemos amigos y conocidos.

Como somos gente de comercio, lo que más me importa es cómo van los negocios. Pienso que los comercios son los que dan vida, sobre todo los pequeños autónomos. Sin estas pequeñas industrias no hay vida. Ahora con las dificultades económicas se están perdiendo muchos puestos de trabajo, pero con el paro que hay, veo que los chavales que no quieren estudiar con 14 años, se les debía dejar entrar en las empresas como aprendices, porque cuando yo empecé a trabajar lo hice como aprendiza, como ya dije al principio. En mi época era costumbre hacerse aprendices a los 14 años.  Pienso que se les tenía que pagar para sus gastos para empezar, como siempre ha sido. No se puede pagar a un chico o chica de 14 años como si fuera un oficial. Cuando ya han aprendido el oficio, se les irá  pagando lo que corresponde a un ayudante y cuando saben cómo un oficial, se les pagaría como tal, aunque normalmente se irá de la empresa para colocarse por su cuenta. Es lo más normal.

En Navarra he tenido peluquería, y cogí aprendiza, que después se colocó por cuenta propia. No pude seguir con mi pequeño negocio por tener mucho trabajo y no podía atender a mi familia, porque para mí los hijos son lo más importante. Lo dejé y vendí máquinas de la casa Vorwerk a domicilio, hasta que lo dejé por mi cáncer de mama. Mi esposo seguía con sus trabajos del taller, que ya el socio de su padre y los dos hermanos vendieron y dividieron el importe. Pusieron un taller con lo cobrado y seguían siendo socios autónomos. La costumbre de nuestra familia, pero eso si; no es para hacerse rico. Todo queda para vivir con honestidad. El sueldo siempre se lo ponen como a los obreros y si sobra algo es para materiales. Mi esposo en su trabajo es reconocido como escultor. Su último trabajo más popular han sido dos esculturas de 3 metros cada una, llamadas Hércules, puestos en la fachada del Ayuntamiento de Pamplona. Nos hemos jubilado y ahora descansamos de todos nuestros trabajos y nos dedicamos a escribir nuestros recuerdos.

Termino mi pequeña historia, dando las gracias a tod@s l@s que han tenido la gentileza de haberme leído.

Felicito el año 2014  de todo corazón.
Un abrazo de Emma “La Gata”…    

Emma


Fuente de las fotografías del derribo del edificio Simago:
http://barriosanpascual.blogspot.com.es/2013/08/la-demolicion-del-edificio-simago.html

Mi agradecimiento a Manuel por su amabilidad.
  
  

viernes, 13 de diciembre de 2013

022


Los cambios de Madrid a Navarra.

Volvimos a Navarra y a partir de aquí, hemos vivido 32 años en aquellas tierras. En ese tiempo ocurrieron muchos acontecimientos; unos buenos y otros malos. El 3 de Agosto de 1968 muere en Madrid mi querida madre con 61 años, de un derrame cerebral. Creo que estuvo 5 días entre la vida y la muerte. Me avisaron un poco tarde. Cuando llegué al hospital no pude verla viva. Después del funeral, mi padre y mis dos hermanos se vinieron con nosotros a Navarra. Estuvieron una semana en nuestra casa para hacernos compañía y poder volver a la normalidad toda la familia. Se marcharon a Madrid, para seguir con sus tareas. Transcurrió un año de este suceso y volvió a pasar otro muy parecido con el padre de mi esposo.

Ocurrió que nosotros teníamos en mente volver a Madrid, pero él seguía trabajando con su padre. Como se les conocía en toda la merindad como escultores al padre y al hijo, llamaron al hijo por teléfono para que fuera a Cintruénigo, en la Ribera de Navarra. Era para entrevistarse con un empresario que tenía una fábrica de alabastro y se presentó para ver de qué se trataba. Le propusieron
el puesto de diseñador para nuevos modelos. La casualidad fué que él era también bastante conocido en Madrid por el padre y el hermano de ese empresario, porque esta familia tenían otra fábrica de alabastros en sociedad entre el padre y los hijos en la capital
y querían que intercambiara su labor entre las dos fábricas; primero Cintruénigo y después en Madrid. Con este trabajo mi esposo pensó que podíamos volver a vivir en Madrid y aceptó el trabajo, pero no se atrevió a decir nada de lo hablado a su padre, aunque sí se lo comentó a su madre. Sabía él que a su padre no le iba a gustar.

Al siguiente domingo, fuimos los cuatro a Cintruénigo para que nos conocieran; mi esposo, los dos niños  y yo, con la alegría de que gustamos a la esposa del empresario. Nos dijo que nos buscaría casa el tiempo que estuviera mi esposo preparando los modelos de esculturas que tenía que diseñar. Cuando iba a tomar posesión de su cargo, su padre tuvo un accidente y falleció unos días antes de tener que incorporarse al nuevo trabajo en Cintruénigo. Fué en noviembre de 1969. El único hermano, tenía diez años menos que él y no sabía nada del oficio de marmolista, ni estaba preparado para hacerse cargo del taller con bastantes obreros. Su madre quedaba desamparada y le lloraba, así que tuvo que hacerse cargo de la empresa de su difunto padre y solo teníamos 33 años de edad.

La empresa de su padre era en sociedad con otro señor y tuvo muchos problemas con él. Se nos estropeaban todos nuestros sueños y la vuelta a Madrid. En la empresa de alabastros se disgustaron mucho, ¡no se lo podían creer!. Después de este suceso tuvo que renunciar a lo que él deseaba. Eso fue uno de nuestros reveses. Gracias al amor que nos hemos tenido salimos delante. Yo seguía echando de menos mi zona de Ventas y de vez en cuando iba a la casa de mi padre y hermanos con mis hijos, para que no se olvidaran de los familiares. Mientras tanto, mis dos hermanos seguían trabajando en la peluquería.

  
La sorpresa de la descalificación de la peluquería.                             
                  
Solo habían pasado ocho años, cuando nos avisaron que era probable que tiraran la casa donde habíamos puesto nuestra peluquería, la que tanto nos había costado coger con el trabajo por parte de todos. Se puso con tanto esfuerzo que no me lo podía creer. ¡Lo querían expropiar!...

Decían que era para hacer una raqueta o parque; zona verde y además, que salía dos metros respecto a las casas colindantes.
La peluquería se cogió en el año 1958 y en el año 1960 se inauguró. Pasaron unos años y en 1968, la descalificaron. Decían que era por el Sector polígono. 31 Avenida De la Paz. ¡Nunca estuvimos conformes!  Mi padre murió en el año 1976, sin saber qué iba a pasar con la peluquería. Estuvimos pagando minutas a los abogados para tratar de frenar el derribo o lograr derecho a retorno, pero fue imposible. El jurado de expropiación puso un justiprecio de 607.935 pesetas. En el año 1976 pedíamos 3.250.000 más el 5% de afección. En enero de 1977 fue recurso desestimado. Después escribí al defensor del pueblo D. Joaquín Ruiz-Giménez Cortés en el año 1.984 y no conseguí nada. Al final el 28 de febrero del año 1992 tiraron la casa y no con el fin de hacer un parque o una zona verde, sino ¡¡ para hacer un Hotel !!.
   
               
   

miércoles, 27 de noviembre de 2013

021

Los trabajos de escultura le hacían muy feliz.

Decidimos ir a Navarra dejando nuestro pisito cerrado de momento con todo mi dolor. !A pesar mío le acompañé!. Navarra me gusta, pero yo he nacido en Madrid y nunca pensé marcharme de mi tierra. A mis hermanos les deje todo instalado y con clientes,
pero todavía no se habían puesto un sueldo por su trabajo. Mi madre les cogió una casa a cada uno de mis hermanos a plazos.
Ella les puso la entrada de los pisos y también les fue pagando sus letras con el trabajo que ellos desarrollaban con la peluquería.
Mi hermano con 18 años ya empezaba a tener sus propias clientas que lo solicitaban, porque trabajaba muy bien.
Mi hermana con sus 24 años ya se quedaba al frente del negocio al marcharme yo. El local en que yo empecé se cerró esperando
su derribo. La peluquería nueva ya era de los tres hermanos. Yo sabía que todo mi trabajo se quedaba ahí, como decían los mayores "para el día de mañana". Nuestro trabajo y esfuerzo se quedaba en ese local, siempre con el mismo pensamiento.Ya teníamos un sitio para poder desarrollar nuestro trabajo y vivir con honradez, como todos nuestros familiares más cercanos; ¡con mucho esfuerzo!.

Mi madre seguía ayudando con la limpieza de las toallas y cuidándoles y como siempre nos hacia nuestra ropa. El vestido de novia también lo hizo mi madre y toda la ropa que llevé para después de casada. Pero ya era hora de tener un sueldo mis dos hermanos. Yo nunca tuve sueldo, todo quedaba en casa. En esta época el trabajo iba muy bien y ya se había pagado todo. Mi hermano
al marcharme yo, siguió con mi hermana trabajando hasta que cumplió los 20 años, que debía hacer el servicio militar.

Todo se quedaba como siempre quise. Ahora yo emprendía otro camino, ser madre. ¡Es lo que más deseaba!. Yo iba muy a menudo a la casa de mis padres. Cuando les dije que nos teníamos que marchar a Navarra les extrañó mucho. Sabían lo feliz que me encontraba en mi casa con el hombre que había elegido y les dio mucha pena, pero entendían que el trabajo es lo primero. Llegamos a Navarra y nos quedamos en la casa de los padres de él, hasta concretar con la empresa el trabajo. Estuvimos un mes en la casa de sus padres y enseguida encontramos una alquilada y también trabajando en el taller de su padre. Él hizo unos trabajos para una capilla de cementerio que ya estaba haciendo su padre y también  hizo el artesonado, con cuatro pináculos de remate en las esquinas de la misma y se colocaron los dos ángeles de mármol Blanco Macael, que él había tallado anteriormente en Madrid y los había enviado a Navarra. Nosotros seguíamos pagando nuestra casa de Madrid, que era donde siempre hemos querido estar, pero como había bastante trabajo de escultura en Navarra pensó estar un poco más tiempo. Puso un taller por su cuenta cerca del taller de su padre y tuvo trabajo, aunque no el suficiente para cubrir gastos, pero poco a poco fué haciéndose con clientes. Mis padres y hermanos se presentaron en nuestra casa en agosto para celebrar nuestro primer aniversario de boda. Transcurrieron entre Madrid y Navarra dos años y en el año 64  nació nuestro hijo en Pamplona. Fue nuestra mayor alegría. Cuando ya vimos que ese trabajo se podía hacer en Madrid  vendimos el local que previamente habíamos comprado a un amigo de la familia y dejamos la casa alquilada.

Volvimos a la casa que teníamos al casarnos. Él pidió a mis padres el local que estaba cerrado, porque pensaba que mientras no se derribara podría continuar con los clientes que ya tenía, aunque no eran muchos. Mi padre dijo que si, preguntó a la casera y ella le dijo que le parecía bien; ¡siempre ha sido muy buena con nuestra familia! Sería la cuarta vez que se hacía negocio en ese local, aunque primeramente era la vivienda en que vivió mi padre con su tía. Al fallecer su tía, él puso la cerrajería en ese mismo local cuando dejo a sus sobrinos el taller de cerrajería que tenían los dos hermanos. Ese fue el primer negocio a que se dedicaba la casa. El segundo negocio fue la cacharrería que puso mi madre, el tercero cuando yo puse la peluquería y en este caso que ahora me ocupa seria el cuarto negocio. Pero ocurrió que mi hermano tenía una moto y la metía en ese lugar y pasó algo que yo no supe hasta mucho después que me lo dijo mi esposo; debieron hablarlo y no se pusieron de acuerdo. Resultaba que mi hermano quería que el local fuera el garaje de su moto. Mi esposo sin yo saberlo cogió una tienda taller en la calle San Marcelo, creyendo que era un sitio comercial, aunque él sabía que no tanto como el de la peluquería en plena calle de Alcalá. Cuando me lo dijo no me gustó por ser San Marcelo muy residencial con mucho jardín y muy escondido. Le ayudé con la "tienda taller”. Pidió prestamos, cosa que no era de mi gusto, pero al casarme yo pensé que él tenía que decidir sus cosas. En el local se puso anaqueles, lo pintó un primo nuestro y puso trabajos que él hacía: tallas en madera para los comercios del centro de Madrid, también vendíamos figuras de alabastro que se pusieron de moda y tenía encargos de las vecinas del bloque. Conocidos nuestros le encargaron muchos detalles de madera y quedaban muy contentas, pero como con el arte es difícil tener trabajo a diario, puso muebles de un amigo de Estella y nos encargaron tallas en piedra artificial.
 
Mientras pasaba el tiempo y a los veintisiete meses nacía el hijo pequeño Madrileño. Tenía nuestro hijo mayor dos años y medio y el pequeño un año, cuando por causa de la tienda-taller habíamos contraído una fuerte deuda y tuvimos que dejarla. No salió como esperábamos. Ocurrió que su maestro Barral le estaba buscando, porque no sabía donde estaba; si en Navarra o en Madrid. Cuando le localizó, se pusieron de acuerdo y volvió a trabajar con él. Le pagaba 8.000 pesetas al mes, pero no tenía seguro de enfermedad. Nosotros cogimos el seguro de Astro por el bien de los hijos y pasados unos meses, nos vimos obligados a vender nuestra casa de recién casados para pagar todas las deudas contraídas. Ya su maestro Barral nos había dicho que había una casa muy buena en la Dehesa de la Villa, así que vendimos nuestra casa por trescientas mil pesetas, pagamos las deudas y dimos una entrada en la nueva vivienda en la calle Aguilar de Campoo. Esta valía lo mismo que la que vendimos, tenía calefacción y con portero. Les caímos muy bien a todos los vecinos y estuvimos muy a gusto. Nuestra familia venían a vernos a menudo, pero echábamos mucho de menos nuestra primera casa. Como lo que cobraba mi marido no era suficiente para cubrir los gastos por muy bien que me administrara, puse un secador y lava cabezas y peinaba a mis vecinas. No pude darme de alta por tener a los niños muy pequeños. Esperaba a que crecieran un poco para ponerla más en serio. Venia la esposa del maestro, ya fallecida. Era Inglesa y trabajaba en la embajada del Reino Unido y estaba contenta con mi trabajo y también venían algunas vecinas jóvenes que por tener niños pequeños las venía muy bien tener la peluquera en casa y también a mí, porque de esa forma cuidaba a mis hijos, la casa y el trabajo.

Por lo bonito que es la Dehesa de La Villa, los niños estaban muy felices. Nos paseábamos por Franco Rodríguez, íbamos a buscar
a mi marido con el cochecito de los niños... Fue una época bastante bonita. Como gustaba mi trabajo empezó la gente a hablar de mi y un peluquero de la zona, me denuncio. El portero me lo advirtió; que estaban mirando si había peluquería. Al dejar de ayudar a mi marido, ya no se podían cubrir los gastos. Vendimos de nuevo la casa por cincuenta mil pesetas más que la primera y sabiendo que no íbamos a tener otra opción que volver a Navarra y ponerse a trabajar con su padre.                 
 
 

viernes, 27 de septiembre de 2013

020

La costumbre de dividir los gastos de la boda.

La costumbre en algunas familias y en la nuestra también, era dividir entre los dos los gastos de lo que se va poniendo en la casa. Esta era en el Barrio Bilbao; la calle se llamaba Arriaga y el número 39. Estaba orientada al sur, con seis piezas bastante grandes. La casa tenía 80 metros cuadrados. La entrada del piso tenía un pasillo muy largo y ancho. Tres piezas daban al lado derecho de la casa; al entrar teníamos el aseo, a continuación la alcoba de matrimonio, después la cocina, continuaba el comedor bastante espacioso con una terraza que daba al campo. La otra habitación daba al este y ahí pusimos el cuarto de estar. Otro cuarto daba al norte y la dejamos vacía de momento.

De la casa en que yo vivía de José Villena a la que sería la nuestra de Arriaga, íbamos andando. Nos suponía solamente quince minutos. Subíamos por la Carretera del Este, era como un paseo. El piso nos costaba 128.120 pesetas. Dimos dieciocho mil quinientas, cada uno de entrada. El pago del piso, seria en el plazo de diez años a 626 pesetas al mes, y 800 pesetas cada seis meses como amortización y los intereses. La parte que le correspondía a él para entrada del piso, la dio al cobrar ese importe, por el busto tallado en piedra que le encargaron los Hermanos de San Juan de Dios, de Ciempozuelos, provincia de Madrid, para el fundador de su Escolanía.

Él seguía con su trabajo. En este tiempo lo hacía por cuenta propia como autónomo. Trabajó en esculturas para enviar a Venezuela, por encargo de los pasionistas. Hizo una Virgen de mármol Blanco Tranco y alguna cosa más. También un cristo de 120 centímetros para Bilbao, dos Ángeles de mármol blanco para Navarra, y dos bustos para el parque infantil, también de Navarra. Hizo varios modelos para un taller de platería y por encargo de una fábrica de repujado en cuero hizo bastantes modelos.

En una de las ocasiones que venía a verme coincidió con una clienta mía, que era la empresaria de los repujados para la que él trabajaba y se alegró que fuera mi novio. Ella no lo supo hasta ese día ni yo tampoco, coincidencias que pasan. Como el trabajo de escultor es bastante inseguro, yo le propuse que se colocara en alguna empresa con sueldo fijo si nos queríamos casar. Me parecía lo mejor para empezar. Buscó pero era difícil. Él seguía como siempre haciendo los trabajos que le iban saliendo. Fuimos arreglando la casa durante dos años. El tiempo pasaba y él iba pagando los plazos del piso y compró los muebles en la Calle de Alcalá, la famosa tienda de muebles Alcalá.  Mis padres también compraron en la misma tienda la alcoba de matrimonio que yo quería. Los muebles de la alcoba disponía de dos butacas grandes, las dos sillas, el armario de cuatro puertas, dos centrales y una a cada lado, la cómoda o “coqueta”,  las dos mesillas y la cama. Las patas de los muebles empezaban redondeadas en forma curva terminando en curva hacia afuera estilo Luis XV muy artísticas. La madera de los muebles era de haya color blanco rojizo, todo tallado e incrustado en color blanco. Las telas de las dos butacas y las sillas, eran en seda color beige y oro viejo, a rayas de dos centímetros de anchas en vertical. La cama era de 1,35 y mi madre hizo la colcha en color blanca y malva, del mismo color que pintaron la alcoba. Estos muebles eran tan grandes, que a los cuatro años de casados como tuvimos que dejar la casa nunca pudimos poner la alcoba tan bien adaptada como en esta casa que tan felices nos hacía.

Él encargó el armario de cocina a un buen ebanista, todo diseñado por nosotros. Lo pintó un primo de ambos como regalo de boda, lo hizo en blanco y parecía esmaltado aunque sin brillo, era satinado. Del interior del armario de cocina me encargué yo. Lo fui decorando por dentro durante muchas semanas. Este armario tenía muchas baldas o “departamentos”. La parte de abajo tenía muchos cajones para todo lo que hace falta, como la cubertería, paños de la cocina, mantelería. No he tenido otra cocina tan bien pensada ni tan práctica y lo más bonito era el centro del armario. Tenía dos puertas acristaladas, donde se veían tres baldas decoradas con unos paños color crudo con volantes bordados con cerezas y encima puse los juegos de té y de café, regalo de una gran amiga. Debajo de la vitrina, había una puerta que se bajaba en horizontal y nos hacía de mesa con los apliques que la sujetaba. Se podía tomar los dos los desayunos por el espacio que disponía entre el hueco del armario y la tabla, subíamos puerta que hacía de mesa y al cerrarse, nadie se podía imaginar, que de ese armario salía una mesa para comer. El armario cubría todo lo que era la pared en horizontal y vertical y como estaba todo muy bien medido, se aprovechó la entrada de la cocina, el hueco que hacía forma de cuña, colocándole una puerta a lo ancho para la escalera, el escobero y la tabla de plancha, todo dentro del armario.Y quedaba todo como si no hubiera nada, igual que si solo fuera pared. Se veían solamente los tiradores. Frente al armario estaba el  fogón y el fregadero de cerámica, a este se le puso un motor y complemento para lavadora. Era hondo y con la forma de tabla para lavar a mano si se quería. Él lo instaló y resultó muy práctico. Se podía fregar la batería de cocina o lavar la ropa en el mismo fregadero.

El comedor, también lo compró él; se componía de una vitrina, la mesa y las seis sillas. Cogió un buró muy bonito para el cuarto de estar, las dos butacas de orejas y el sofá cama, que lo tuvimos 35 años. Al “butacón” como así lo llamábamos y las butacas los estuvimos cambiando las telas tres décadas. Los flejes también, porque era buenísimo y muy cómodo. Era articulado para poder dormir un matrimonio si hiciera falta. La mesa de fumador se podía levantar y abrir y servía para mesa de comedor si se quería usar para ese fin. Era también articulada y muy práctica.  Todos los muebles que compramos, los íbamos llevando a todas las casas que fuimos, menos el comedor. Se quedaron con él los que nos compraron la casa.

Cuando ya estábamos instalados y casados, mi alcoba de soltera me la lleve a la casa. La cama era de metal cromado y la pusimos en la única habitación vacía. Vestimos esa pieza para cuando viniera mi hermana, que se encontrara como en nuestra casa de solteras. Hacíamos planes e intentando decorarla lo más juvenil posible. Después de nuestro trabajo, a veces íbamos para hacer alguna cosa: poner los estores, etc. Nunca coincidíamos él y yo en la casa, pues no estaba bien visto en nuestra familia. El seguía buscando un trabajo fijo y encontró una empresa de terrazos, donde le pagaban 4.000 pesetas al mes. Llevaba cuatro meses en la empresa de terrazos, cuando llego el momento de casarnos. La boda se celebró en la iglesia de La Paloma y la fiesta en los Jardines Torres, local de una clienta de casa y fueron 170 familiares, no pudimos invitar a los que hubiéramos querido por ser muchos los amigos y conocidos. La boda se pagó entre su padre y el mío. El viaje fué a San Sebastián y dejamos en casa para el regreso un dinero para poder pagar los plazos y gastos fijos. Como San Sebastián es muy caro, después de 12 días nos marchamos a Navarra, a la casa de los padres de él para terminar el viaje de novios.

Cuando llegamos a nuestra casa, éramos más felices que nunca. Decían que los felices son tontos, asi que yo fui la más tonta de este mundo. Nos arreglábamos muy bien con su sueldo, que nos cubría todos los gastos de nuestra casa. Todo lo escribo desde niña en mi diario y también me guía la curiosidad,  porque al vivir muchos años veo lo mucho que cambian las cosas. Ahora en el siglo 21 es más curioso e imposible de entender. Tengo desde el año 1962 en que nos casamos mis anotaciones en el libro mayor, que lo llamamos "El libro gordo de Petete". Cada mes teníamos este gasto fijo:

Letra del piso 626 pesetas.
Luz cada dos meses 450 pesetas.
Sereno 5 ptas.
Conservación, comunidad y propina 100 ptas.
Concepto amortización e intereses al semestre 800 ptas.
Gasto de comer dos personas al día 50 X 30 = 1. 500 pts al mes.
Droguería y aseo 100 ptas.

Íbamos al cine los sábados y yo estaba muy contenta. Estuvo siete meses en la fábrica solamente; cuatro meses antes de casarnos y tres meses después de casados. Tuvo que dejar esa empresa porque quebró. Buscaba trabajo en otro sitio,  pero no encontró en ninguna empresa. Pensó que sería mejor seguir trabajando en lo que más le gustaba; ¡La escultura!. Estaba acostumbrado a ese trabajo por su cuenta. Tuvo la suerte de que el Maestro Macías le contrató para trabajar junto a doce escultores en la construcción de un paso para la Semana Santa, compuesto por trece esculturas, La Santa Cena, para una Ciudad de Galicia. Ahí estuvo seis meses y le pagaron bien. Llevábamos nueve meses de casados y habló con un importante aparejador de la empresa constructora que hacía las obras para la Universidad del Opus Dei de Pamplona, donde había que hacer trabajos de escultura. Se le ofreció a él ese trabajo, pero tenía que hacerlo en Navarra.

sábado, 31 de agosto de 2013

019


¡La mayor ilusión que empezaba para mí!

El tiempo pasaba deprisa y se acercaba el momento de querernos casar. A las clientas más conocidas que se lo dije no se lo podían creer, por el interés y cariño que había puesto en todo. Mi madre cuando tenía que decirme algo que ella consideraba delicado, me ayudaba a hacer la cama los domingos, porque a diario yo salía de casa muy temprano y no podía hacer nada en la casa. Mientras me ayudaba me dijo;- "Hija, no te cases hasta que paguemos lo que nos queda, faltan dos años para pagar el local... mientras tanto, vais poniendo vuestra casa -".  Me di cuenta que ella tenía mucha razón, y así, lo hicimos. ¡Esperamos ese tiempo! 

De ese modo, seguíamos con nuestro trabajo. Los días pasaban y todo iba bien. En una ocasión, me ocurrió algo extraño; Ponían una película que se estrenaba en la Torre de Madrid. La película era: Donde vas Alfonso Xll, de Vicente Parra y Paquita Rico. La dije a mi hermana que bajara a mí local para atender al público. Como no tenía costumbre de salir a media tarde, yo pensaba que me estaba mirando la gente que pasaba por mi lado. Me parecía que estaba fallando a la gente. ¡Que raro se me hizo ir del brazo de mi novio sin ser domingo!  Otra costumbre que tenían algunas madres, por si se casaban las hijas, era que nos ponían el llamado ajuar. Se trataba de la ropa de cama y las mantelerías. Recuerdo el baúl que mi madre tenía en casa, donde iba guardando las sábanas bordadas a mano. Estas había que plancharlas con almidón y daban mucho trabajo por tanto encaje. Pero con el tiempo, al salir el tergal ya casi no se usan las sabanas bordadas y mucho menos con tanto encaje. 

Mi madre ponía a las dos hermanas todo igual; era lo normal en nuestra época “la que podía”.  Otra de las costumbres que había y que ahora se me hace muy raro, era cuando yo terminaba pronto de mi trabajo… y él, al salir del suyo venía a verme. Me esperaba para salir un rato por las noches, pero si terminaba tarde, él me acompañaba a casa y ya no salíamos. En mis tiempos no les parecía bien a los padres que volviéramos a casa más tarde de las diez de la noche. ¡Ah! pero tenía gracia; si íbamos a las demostraciones de peluqueros para reciclarnos, que eran cada tres meses, cuatro veces  al año, cuando volvíamos a las doce de la noche, que pasaba siempre, en esos casos no les parecía mal por ser cosa de trabajo. Incluso al salir de la demostración de peluqueros, nos sentábamos en los veladores de la calle cuando hacia buen tiempo. A veces se nos hacia la una de la madrugada. ¡Qué bonita es la noche de Madrid en verano!. 
 
Mucho después, nuestro hermano con sus 16 años venía con nosotras a las demostraciones de peluquería. Yendo con él, mis padres estaban más tranquilos. ¡Cómo han cambiado las tradiciones!. Entonces las jóvenes solas estaba muy mal visto. Si ibas por la noche con una persona mayor, ya era otra cosa. Ya no parecía mal. Si salíamos al cine por la noche, venia mi hermana; en ese caso estaba bien.

En Las Ventas se inauguraba el Metro del Carmen.

Mientras tanto, pasaba el tiempo y en  ese período iban construyendo el metro del Carmen, precisamente en la Calle Alcalá esquina a José Villena, donde ahora vivíamos nosotros, porque mis padres vendieron la casa que teníamos en la C/. José Villena, en el nº 31 semisótanos y se cogieron otra más cerca de la Carretera de Aragón, en la misma calle José Villena nº 8, donde salí para casarme, a unos metros de nuestra casa y de la peluquería. Todo parecía espléndido, rápido y muy cómodo... ¡Pero no!. Porque al derrumbar casi toda esa zona, que fue a partir del terraplén de la plaza de toros, hasta el nº 37 del que yo tanto reivindico, todo quedó paralizado.

La razón fue que al mercado de Canillas, iba mucha gente a comprar y los comercios que eran muchos también trabajaban. Venían de todos los lugares, sobre todo de Manuel Becerra, de Goya, Torrijos, Ciudad Lineal etc. Al hacer el nuevo puente, el llamado “Puente de Ventas”, a la gente no le gustaba, porque ya no podían pasear. No compraban como había costumbre. Pienso que fue lo peor que nos pudo pasar a todos los comerciantes de las Ventas. Quitaron los tranvías y pusieron autobuses. Para algunas personas sería bueno, pero para la mayoría no lo fue.

Esta zona de la  Calle Alcalá, fue un fracaso. Se creó mucha inseguridad por tener que pasar debajo del puente cuando íbamos andando. Las personas iban muy deprisa para ir a sus gestiones. No era bonito. La comodidad del coche hacia que la gente no se detuviera en los pocos comercios que quedaron, por esa razón tuvieron que cerrar algunos. ¡Los escaparates animan mucho!. Cada comerciante limpiaba su acera y estaba muy alegre y menos sucio. El ambiente que había se echaba mucho de menos. Nunca lo entenderé. El comercio es el que da vida a las calles, ¡Y eso se estaba acabando!  Menos mal que a partir del nº 41 de la Carretera de Aragón, que tras la obra será Alcalá nº 277, seguían bien los comercios hasta la Cruz de los Caídos (Ciudad Lineal).

Nosotros ya empezábamos a pensar en coger alguna casa para casarnos. El miraba mucho que no fuera muy cara la casa y que estuviera cerca de donde vivíamos. Vio algo que le gustó mucho, se lo dijo a mi madre y fueron a verlo y a ella la pareció bien. Después un domingo lo vi y me gustó. Se habló lo que cada uno podía poner para la entrada de la casa.


lunes, 22 de julio de 2013

018



Los negocios seguían funcionando.                

Después del viaje que hice a Valencia, al volver a casa seguía con mi trabajo y también con la preocupación que tenía por el derribo del local en que estábamos trabajando. Mi madre me preguntaba muchas veces que íbamos a hacer cuando tirasen la peluquería. Algunas veces me pedía que fuera con ella para ver locales, pero yo confiaba más en ella en ese tema. ¡Creía que lo iba a hacer mejor que yo! Quería que hicieran mis padres lo mejor para todos. Mientras tanto pasaba el tiempo y ya empezaba la construcción de un edificio en el mismo terreno en que se derribó anteriormente y que fue la casa de mis sueños: el nº 35 y La casa grande nº 37. Pero todavía seguiría en pie la casa colindante que era el nº 39, con los cinco negocios siguientes y entre las cinco industrias estaba nuestra peluquería y los vecinos de la casa. El cartel de la constructora, anunciaba la prolongación de la C/ Alcalá  y el nº seria el 269. Ya no serían Las Ventas, ni la llamarían  Carretera de Aragón. Estaban comenzando la construcción, cuando mis padres pensaron coger sobre plano un local para poder continuar con nuestra clientela. Cogieron un local de setenta y un metros cuadrados, pero no sería la planta baja como hubiéramos querido. Ya habían comprado todo lo de abajo y fué la empresa Simago.

El portal de entrada de la casa era amplio y muy agradable; a la izquierda de los ascensores tenía su casa el que hacía de portero. La casa tenía cuatro plantas. Cogimos un primer piso para la peluquería y en la misma planta lo compró para su clínica un dentista. El segundo piso lo compraron unos maestros y pusieron una escuela privada de estudios secundarios. Todo lo demás eran viviendas. Lo más importante para nosotros, era que estuviera cerca de nuestra peluquería, ¡la que pensaban tirar!, para que cuando eso ocurriera, nuestras clientas estuvieran acostumbradas al cambio cuando llegara el momento del derribo de la que yo trabajaba y así no perder a las clientas de siempre. Cuando cogimos el local, mi padre sobre ese tema nunca quiso intervenir, él nos ayudaba mucho en todo y cuidaba los secadores cuando salía de su trabajo. Había que limpiarlos de vez en cuando, etc.

Mientras se empezaba a construir el edificio, nosotros seguíamos con nuestro trabajo y así podíamos pagar los plazos de la nueva peluquería. Se vendió todo el edificio en poco tiempo. Seguía llamándose “La casa grande” durante un tiempo, por el gran terreno que había.  Los tres hermanos trabajábamos a tope y sin sueldo. Todo lo entregábamos... hasta las propinas. Era para poder pagar lo antes posible al constructor. Yo era la única que cobraba a las clientas. Ese método lo llevé durante el tiempo que estuve al frente de mi pequeña industria. Mi hermana y yo terminábamos los trabajos y las niñas también recibían muchas propinas.                                                                           



  

Apertura del nuevo local

El local se pudo inaugurar en el año 1960. Yo tenía 24 años, mi hermana 22 y el pequeño cumplía los 16 y él ya terminaba los peinados. Estuve en la inauguración del local y contribuí a la decoración de la peluquería, lo hice a ratos y en horas que podía.
Yo continuaba trabajando en la antigua peluquería, era donde más gente teníamos.

Se me olvidaba destacar algo que siempre nos dificultó bastante nuestra labor. Fue en la época en que pusimos la primera peluquería en que yo empecé. El WC lo teníamos subiendo por el portal y el agua se puso pidiendo permiso a la dueña de la casa, que apreciaba mucho a nuestra familia. El fontanero lo pudo hacer por la portería, que estaba pegada a nuestro local. Fue muy fácil, pero el desagüe resultó más difícil, aunque se resolvió muy bien. El fontanero nos lo hizo de modo que el tubo de desagüe traspasó
la pared, que iba dirigido al cuarto donde  teníamos las toallas y preparábamos los tintes. Se puso un pilón de cemento grande que tenía de cabida unos quinientos litros, con una bomba manual para sacar el agua. Había que darle muy a menudo para sacar el agua sucia. El desagüe se resolvió de esa manera. Había que mover de atrás a delante una manivela con fuerza y rápido porque se llenaba cuando teníamos muchas clientas. Si lo hubiéramos puesto eléctrico, era más práctico pero resultaba muy caro y estábamos ahorrando para el siguiente local, así que se hacía a mano.

Cuando podíamos, al entrar al cuarto dábamos a la manivela. Si había mucho trabajo, se llenaba tan rápido que era muy pesado, aunque nos fuimos haciendo a la idea de que había que hacerlo. Era el mejor lugar para el desagüe que daba a la portería. El cuarto donde lavábamos el cabello y teñíamos a nuestras clientas era bastante grande, tanto como el saloncito de la peluquería donde dije en otra ocasión que parecía un escenario por el arco de medio punto, cuando se hizo para juntar las dos habitaciones. Del salón de peluquería al lava cabezas, había que subir un escalón, donde teníamos tres secadores y el lava cabezas. En verano teníamos abierta la puerta del lugar en que me refiero, porque daba al portal de la casa. También teníamos abierta la puerta que daba a la calle, con las cortinas de cáñamo de colores muy graciosas. Cuando había corriente de aire  se estaba muy fresquito. 

Mi intención era que mis hermanos trabajaran en el nuevo local, para que el público se acostumbrara a ellos, porque yo pensaba dejar todo a mis hermanos cuando me casara. Quería dedicarme por entero a la casa y a los hijos, si los tuviera.  Estuve dos años intentando que las clientas subieran al primer piso con mis hermanos, sobre todo cuando se llenaba mi salón, las decía; "-¡Subir arriba que están mis hermanos hay menos gente y es muy bonita!-". Pero no había manera. El público no quería subir a la nueva,
se habían acostumbrado a la de siempre: la comodidad de la planta baja y a mis manos. Le costó a la gente subir a la nueva peluquería, pero poco a poco se fueron acostumbrando. Cuando me marché, para mis hermanos fué todo mucho mejor.