sábado, 31 de agosto de 2013

019


¡La mayor ilusión que empezaba para mí!

El tiempo pasaba deprisa y se acercaba el momento de querernos casar. A las clientas más conocidas que se lo dije no se lo podían creer, por el interés y cariño que había puesto en todo. Mi madre cuando tenía que decirme algo que ella consideraba delicado, me ayudaba a hacer la cama los domingos, porque a diario yo salía de casa muy temprano y no podía hacer nada en la casa. Mientras me ayudaba me dijo;- "Hija, no te cases hasta que paguemos lo que nos queda, faltan dos años para pagar el local... mientras tanto, vais poniendo vuestra casa -".  Me di cuenta que ella tenía mucha razón, y así, lo hicimos. ¡Esperamos ese tiempo! 

De ese modo, seguíamos con nuestro trabajo. Los días pasaban y todo iba bien. En una ocasión, me ocurrió algo extraño; Ponían una película que se estrenaba en la Torre de Madrid. La película era: Donde vas Alfonso Xll, de Vicente Parra y Paquita Rico. La dije a mi hermana que bajara a mí local para atender al público. Como no tenía costumbre de salir a media tarde, yo pensaba que me estaba mirando la gente que pasaba por mi lado. Me parecía que estaba fallando a la gente. ¡Que raro se me hizo ir del brazo de mi novio sin ser domingo!  Otra costumbre que tenían algunas madres, por si se casaban las hijas, era que nos ponían el llamado ajuar. Se trataba de la ropa de cama y las mantelerías. Recuerdo el baúl que mi madre tenía en casa, donde iba guardando las sábanas bordadas a mano. Estas había que plancharlas con almidón y daban mucho trabajo por tanto encaje. Pero con el tiempo, al salir el tergal ya casi no se usan las sabanas bordadas y mucho menos con tanto encaje. 

Mi madre ponía a las dos hermanas todo igual; era lo normal en nuestra época “la que podía”.  Otra de las costumbres que había y que ahora se me hace muy raro, era cuando yo terminaba pronto de mi trabajo… y él, al salir del suyo venía a verme. Me esperaba para salir un rato por las noches, pero si terminaba tarde, él me acompañaba a casa y ya no salíamos. En mis tiempos no les parecía bien a los padres que volviéramos a casa más tarde de las diez de la noche. ¡Ah! pero tenía gracia; si íbamos a las demostraciones de peluqueros para reciclarnos, que eran cada tres meses, cuatro veces  al año, cuando volvíamos a las doce de la noche, que pasaba siempre, en esos casos no les parecía mal por ser cosa de trabajo. Incluso al salir de la demostración de peluqueros, nos sentábamos en los veladores de la calle cuando hacia buen tiempo. A veces se nos hacia la una de la madrugada. ¡Qué bonita es la noche de Madrid en verano!. 
 
Mucho después, nuestro hermano con sus 16 años venía con nosotras a las demostraciones de peluquería. Yendo con él, mis padres estaban más tranquilos. ¡Cómo han cambiado las tradiciones!. Entonces las jóvenes solas estaba muy mal visto. Si ibas por la noche con una persona mayor, ya era otra cosa. Ya no parecía mal. Si salíamos al cine por la noche, venia mi hermana; en ese caso estaba bien.

En Las Ventas se inauguraba el Metro del Carmen.

Mientras tanto, pasaba el tiempo y en  ese período iban construyendo el metro del Carmen, precisamente en la Calle Alcalá esquina a José Villena, donde ahora vivíamos nosotros, porque mis padres vendieron la casa que teníamos en la C/. José Villena, en el nº 31 semisótanos y se cogieron otra más cerca de la Carretera de Aragón, en la misma calle José Villena nº 8, donde salí para casarme, a unos metros de nuestra casa y de la peluquería. Todo parecía espléndido, rápido y muy cómodo... ¡Pero no!. Porque al derrumbar casi toda esa zona, que fue a partir del terraplén de la plaza de toros, hasta el nº 37 del que yo tanto reivindico, todo quedó paralizado.

La razón fue que al mercado de Canillas, iba mucha gente a comprar y los comercios que eran muchos también trabajaban. Venían de todos los lugares, sobre todo de Manuel Becerra, de Goya, Torrijos, Ciudad Lineal etc. Al hacer el nuevo puente, el llamado “Puente de Ventas”, a la gente no le gustaba, porque ya no podían pasear. No compraban como había costumbre. Pienso que fue lo peor que nos pudo pasar a todos los comerciantes de las Ventas. Quitaron los tranvías y pusieron autobuses. Para algunas personas sería bueno, pero para la mayoría no lo fue.

Esta zona de la  Calle Alcalá, fue un fracaso. Se creó mucha inseguridad por tener que pasar debajo del puente cuando íbamos andando. Las personas iban muy deprisa para ir a sus gestiones. No era bonito. La comodidad del coche hacia que la gente no se detuviera en los pocos comercios que quedaron, por esa razón tuvieron que cerrar algunos. ¡Los escaparates animan mucho!. Cada comerciante limpiaba su acera y estaba muy alegre y menos sucio. El ambiente que había se echaba mucho de menos. Nunca lo entenderé. El comercio es el que da vida a las calles, ¡Y eso se estaba acabando!  Menos mal que a partir del nº 41 de la Carretera de Aragón, que tras la obra será Alcalá nº 277, seguían bien los comercios hasta la Cruz de los Caídos (Ciudad Lineal).

Nosotros ya empezábamos a pensar en coger alguna casa para casarnos. El miraba mucho que no fuera muy cara la casa y que estuviera cerca de donde vivíamos. Vio algo que le gustó mucho, se lo dijo a mi madre y fueron a verlo y a ella la pareció bien. Después un domingo lo vi y me gustó. Se habló lo que cada uno podía poner para la entrada de la casa.


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