miércoles, 27 de noviembre de 2013

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Los trabajos de escultura le hacían muy feliz.

Decidimos ir a Navarra dejando nuestro pisito cerrado de momento con todo mi dolor. !A pesar mío le acompañé!. Navarra me gusta, pero yo he nacido en Madrid y nunca pensé marcharme de mi tierra. A mis hermanos les deje todo instalado y con clientes,
pero todavía no se habían puesto un sueldo por su trabajo. Mi madre les cogió una casa a cada uno de mis hermanos a plazos.
Ella les puso la entrada de los pisos y también les fue pagando sus letras con el trabajo que ellos desarrollaban con la peluquería.
Mi hermano con 18 años ya empezaba a tener sus propias clientas que lo solicitaban, porque trabajaba muy bien.
Mi hermana con sus 24 años ya se quedaba al frente del negocio al marcharme yo. El local en que yo empecé se cerró esperando
su derribo. La peluquería nueva ya era de los tres hermanos. Yo sabía que todo mi trabajo se quedaba ahí, como decían los mayores "para el día de mañana". Nuestro trabajo y esfuerzo se quedaba en ese local, siempre con el mismo pensamiento.Ya teníamos un sitio para poder desarrollar nuestro trabajo y vivir con honradez, como todos nuestros familiares más cercanos; ¡con mucho esfuerzo!.

Mi madre seguía ayudando con la limpieza de las toallas y cuidándoles y como siempre nos hacia nuestra ropa. El vestido de novia también lo hizo mi madre y toda la ropa que llevé para después de casada. Pero ya era hora de tener un sueldo mis dos hermanos. Yo nunca tuve sueldo, todo quedaba en casa. En esta época el trabajo iba muy bien y ya se había pagado todo. Mi hermano
al marcharme yo, siguió con mi hermana trabajando hasta que cumplió los 20 años, que debía hacer el servicio militar.

Todo se quedaba como siempre quise. Ahora yo emprendía otro camino, ser madre. ¡Es lo que más deseaba!. Yo iba muy a menudo a la casa de mis padres. Cuando les dije que nos teníamos que marchar a Navarra les extrañó mucho. Sabían lo feliz que me encontraba en mi casa con el hombre que había elegido y les dio mucha pena, pero entendían que el trabajo es lo primero. Llegamos a Navarra y nos quedamos en la casa de los padres de él, hasta concretar con la empresa el trabajo. Estuvimos un mes en la casa de sus padres y enseguida encontramos una alquilada y también trabajando en el taller de su padre. Él hizo unos trabajos para una capilla de cementerio que ya estaba haciendo su padre y también  hizo el artesonado, con cuatro pináculos de remate en las esquinas de la misma y se colocaron los dos ángeles de mármol Blanco Macael, que él había tallado anteriormente en Madrid y los había enviado a Navarra. Nosotros seguíamos pagando nuestra casa de Madrid, que era donde siempre hemos querido estar, pero como había bastante trabajo de escultura en Navarra pensó estar un poco más tiempo. Puso un taller por su cuenta cerca del taller de su padre y tuvo trabajo, aunque no el suficiente para cubrir gastos, pero poco a poco fué haciéndose con clientes. Mis padres y hermanos se presentaron en nuestra casa en agosto para celebrar nuestro primer aniversario de boda. Transcurrieron entre Madrid y Navarra dos años y en el año 64  nació nuestro hijo en Pamplona. Fue nuestra mayor alegría. Cuando ya vimos que ese trabajo se podía hacer en Madrid  vendimos el local que previamente habíamos comprado a un amigo de la familia y dejamos la casa alquilada.

Volvimos a la casa que teníamos al casarnos. Él pidió a mis padres el local que estaba cerrado, porque pensaba que mientras no se derribara podría continuar con los clientes que ya tenía, aunque no eran muchos. Mi padre dijo que si, preguntó a la casera y ella le dijo que le parecía bien; ¡siempre ha sido muy buena con nuestra familia! Sería la cuarta vez que se hacía negocio en ese local, aunque primeramente era la vivienda en que vivió mi padre con su tía. Al fallecer su tía, él puso la cerrajería en ese mismo local cuando dejo a sus sobrinos el taller de cerrajería que tenían los dos hermanos. Ese fue el primer negocio a que se dedicaba la casa. El segundo negocio fue la cacharrería que puso mi madre, el tercero cuando yo puse la peluquería y en este caso que ahora me ocupa seria el cuarto negocio. Pero ocurrió que mi hermano tenía una moto y la metía en ese lugar y pasó algo que yo no supe hasta mucho después que me lo dijo mi esposo; debieron hablarlo y no se pusieron de acuerdo. Resultaba que mi hermano quería que el local fuera el garaje de su moto. Mi esposo sin yo saberlo cogió una tienda taller en la calle San Marcelo, creyendo que era un sitio comercial, aunque él sabía que no tanto como el de la peluquería en plena calle de Alcalá. Cuando me lo dijo no me gustó por ser San Marcelo muy residencial con mucho jardín y muy escondido. Le ayudé con la "tienda taller”. Pidió prestamos, cosa que no era de mi gusto, pero al casarme yo pensé que él tenía que decidir sus cosas. En el local se puso anaqueles, lo pintó un primo nuestro y puso trabajos que él hacía: tallas en madera para los comercios del centro de Madrid, también vendíamos figuras de alabastro que se pusieron de moda y tenía encargos de las vecinas del bloque. Conocidos nuestros le encargaron muchos detalles de madera y quedaban muy contentas, pero como con el arte es difícil tener trabajo a diario, puso muebles de un amigo de Estella y nos encargaron tallas en piedra artificial.
 
Mientras pasaba el tiempo y a los veintisiete meses nacía el hijo pequeño Madrileño. Tenía nuestro hijo mayor dos años y medio y el pequeño un año, cuando por causa de la tienda-taller habíamos contraído una fuerte deuda y tuvimos que dejarla. No salió como esperábamos. Ocurrió que su maestro Barral le estaba buscando, porque no sabía donde estaba; si en Navarra o en Madrid. Cuando le localizó, se pusieron de acuerdo y volvió a trabajar con él. Le pagaba 8.000 pesetas al mes, pero no tenía seguro de enfermedad. Nosotros cogimos el seguro de Astro por el bien de los hijos y pasados unos meses, nos vimos obligados a vender nuestra casa de recién casados para pagar todas las deudas contraídas. Ya su maestro Barral nos había dicho que había una casa muy buena en la Dehesa de la Villa, así que vendimos nuestra casa por trescientas mil pesetas, pagamos las deudas y dimos una entrada en la nueva vivienda en la calle Aguilar de Campoo. Esta valía lo mismo que la que vendimos, tenía calefacción y con portero. Les caímos muy bien a todos los vecinos y estuvimos muy a gusto. Nuestra familia venían a vernos a menudo, pero echábamos mucho de menos nuestra primera casa. Como lo que cobraba mi marido no era suficiente para cubrir los gastos por muy bien que me administrara, puse un secador y lava cabezas y peinaba a mis vecinas. No pude darme de alta por tener a los niños muy pequeños. Esperaba a que crecieran un poco para ponerla más en serio. Venia la esposa del maestro, ya fallecida. Era Inglesa y trabajaba en la embajada del Reino Unido y estaba contenta con mi trabajo y también venían algunas vecinas jóvenes que por tener niños pequeños las venía muy bien tener la peluquera en casa y también a mí, porque de esa forma cuidaba a mis hijos, la casa y el trabajo.

Por lo bonito que es la Dehesa de La Villa, los niños estaban muy felices. Nos paseábamos por Franco Rodríguez, íbamos a buscar
a mi marido con el cochecito de los niños... Fue una época bastante bonita. Como gustaba mi trabajo empezó la gente a hablar de mi y un peluquero de la zona, me denuncio. El portero me lo advirtió; que estaban mirando si había peluquería. Al dejar de ayudar a mi marido, ya no se podían cubrir los gastos. Vendimos de nuevo la casa por cincuenta mil pesetas más que la primera y sabiendo que no íbamos a tener otra opción que volver a Navarra y ponerse a trabajar con su padre.